Una TO-DO-LIST, o “lista de cosas para hacer” o “lista de pendientes”, no es ni de lejos una PDA (Programación Diaria de Actividades). En apariencia, pueden parecerse. Pero cuando ponemos frente a frente una cosa con la otra nos damos cuenta de que están en dos niveles distintos de organización.
Una TO-DO-LIST se asemeja más a ese conjunto heterogéneo de notas desordenadas que, a modo de recordatorio, escribimos en cualquier sitio: en una agenda, en un calendario o en post-it de colores pegados sobre la pantalla de nuestro ordenador. En su versión más básica, tenemos la típica lista de la compra en la puerta del frigorífico. Existe únicamente para que no se nos olviden determinadas cosas. No requiere pensar nada. Quizá sea por ello, que no sirve de mucho. Al no discriminar por prioridades, todo parece igual de importante y se acaba por acometer únicamente las tareas más fáciles y agradables de hacer (procrastinación).
Ciertamente, ser capaz de ubicar muchas tareas en una agenda-calendario y ejecutarlas es una habilidad. Una TO-DO-LIST nos puede ayudar a conseguirlo. Sin embargo, esto sólo nos garantiza al 100% que vamos a consumir grandes dosis de energía, lo que hará que acabemos exhaustos. Lo realmente importante es que lo poco o lo mucho que hagamos aporte valor.