El día a día nos sitúa ante la necesidad de “fabricar” códigos alfanuméricos para sentirnos protegidos a la hora de realizar consultas, pagos, utilizar servicios de internet y manejar aplicaciones. Códigos que en el momento de dar de alta están frescos en nuestra memoria pero cuya prueba de fuego pasan en el momento en que debemos usarlos. La cantidad de energía que consumen en nuestra memoria no es nada. El verdadero problema está en los momentos perdidos intentando recordar, buscando, probando y, al final, solicitando reestablecimientos de contraseñas.
Aquí distinguimos entre aquellas personas que:
- simplifican tanto que utilizan la misma secuencia para todo. Este grupo de personas debe ser conscientes del riesgo que asume y lo vulnerables que son en un entorno como el actual, donde la información que manejamos es, en ocasiones, muy sensible. Debieran pensar que es como si utilizaran la misma llave para abrir el buzón que para arrancar el coche o entrar al apartamento.
- deciden reforzar su seguridad utilizando contraseñas fuertes, difíciles de descifrar, y encima pretenden actualizarlas periódicamente como mandan los cánones, Estos que son tan conscientes del riesgo que asumen van apañados. Es como si llevaran un manojo de llaves al estilo de un sereno. Lo que puede ocurrir es que su mente, olvidadiza y traicionera, le juegue malas pasadas en el peor momento. Y si, para no hacerlo, registran sus contraseñas secretas en un cualquier tipo de soporte, están jugándosela a que éste sea interceptado por la persona inadecuada.