Es curioso que un método que hace bandera de la “acción siguiente” y se postula como ideal para aumentar la eficacia, se preocupe en realidad más por capturar, procesar, organizar y revisar que por hacer. Si damos más importancia a los preparativos del viaje que al viaje en sí mismo, nos lo tendríamos que hacer mirar.
PARÁLISIS POR ANÁLISIS
“Organízate con eficacia – Cuaderno de trabajo – The Getting Things Done Workbook: 10 Moves to Stress-Free Productivity” (2021), el último libro de David Allen, representa el ejemplo más claro de lo que se critica en este apartado. Entre los treinta y siete pasos en que allí se desgranan las diez acciones que componen el contenido de las cinco fases de control que establece GTD®, no existe absolutamente ni uno solo relacionado con la fase principal: la de hacer. Uno puede pensar: “Claro, si no llegas al hacer, siempre es más fácil no estresarte”.
Para eliminar cualquier tipo de dudas sobre el posicionamiento oficial acerca de esta cuestión, podemos leer:
“A diferencia del trabajo tradicional, el valor principal en el trabajo del conocimiento procede más de definir el trabajo que de ejecutarlo, más de PENSAR y DECIDIR que de HACER. (...) Porque, en el trabajo tradicional, la productividad depende, sobre todo, de lo que haces, pero en el trabajo del conocimiento la productividad depende, sobre todo, de lo que no haces”
José Miguel Bolívar
Productividad personal (Spanish Edition) (p.54) Penguin Random House Grupo Editorial España. Edición de Kindle.
EL CALDO Y LAS ALBÓNDIGAS
GTD® pide pan, pide mucho pan, y esto no sale gratis. Esto es una afirmación que admite poca discusión entre la gente que conoce y practica este método. Incluso entre sus fans más convencidos que, como hemos visto, lo reconocen con todas las de la ley. Negarlo supone en la práctica descargar en sus seguidores practicantes la responsabilidad de su inoperancia.
Como si el hecho de dedicarle mucho tiempo a alimentar y mantener el sistema fuera por culpa de la gente. Y nada más lejos de la realidad. Aquí lo que ocurre es que, por la forma en que está definido su diseño, GTD® no se sostiene sin prestarle grandes dosis de atención.
Para empezar, el proceso de capturar y tomar decisiones sobre un inventario de ciclos abiertos requiere una dosis de energía mental infinita. Tan solo visualizar el trabajo que supone tener que emplearse en la labor de recopilarlo todo para procesarlo es extenuante. Lanzarse “a la caza del asunto”, en el plano físico, digital y mental, es un modo de actuar propio de aquél que está ocioso y necesita salir a buscar trabajo o entretenimiento. La lista de verificación de asuntos incompletos es algo interminable. Y, por si no tenías suficiente al recopilar, luego toca procesarlo y clarificarlo todo. Es decir: decidir qué es cada cosa, qué resultado esperamos de ella, qué acción siguiente precisa y luego, despacharla en consonancia. Organizar según el significado que tenga para ti, reflexionar sobre si se encuentra o no en el nivel de enfoque vertical que le corresponde… Y, si nos queda algo de tiempo, hacer.
Llegados a este punto, entre tantas exigencias, corremos el riesgo de que se nos olvide lo principal: que todo esto se monta para ser más eficaz, o sea, para hacer más con menos. No vaya a ser que, como dice el refrán, nos acabe costando más el caldo que las albóndigas.
PARA ESTE VIAJE, NO HACÍAN FALTA ALFORJAS
Si, después de todo este esfuerzo, tuviéramos la garantía 100% de que la decisión sobre lo que hay que hacer fuera la mejor con total objetividad, pues igual habría merecido la pena. Pero si, al final, esta decisión va a quedar en manos de la intuición, tras analizar el contexto en el que nos encontramos, el tiempo y la energía disponibles…, ¿no estaremos derrochando nuestras energías prescindiendo de una herramienta valiosa como es la programación tradicional para sistematizar una forma de trabajar menos expuesta a la improvisación?