Breve historia de los juegos de azar
La afición de la gente por el juego de azar y el entretenimiento es tan longeva como la civilización. Hay constancia de que en el antiguo Egipto ( -2.000 adC) un cubo de 6 caras, esculpido a modo de dado, se usaba para el entretenimiento. El lejano Oriente ( -500 adC) fue la cuna de los juegos de tablero como el ajedrez. Luego vinieron las apuestas en peleas de animales y personas. Y, con la invención del papel, también fueron los precursores de los juegos de cartas. En textos de la literatura clásica de Grecia queda constancia de la popularidad de los juegos de azar. Incluso algunos de sus dioses jugaban a tirarse los dados para repartirse el universo entre ellos. La invención de la imprenta por parte de Gutenberg (año 1440) permitió, no sólo la divulgación de la cultura, sino también el desarrollo de los juegos de mesa.
Según parece, la afición (a veces convertida en obsesión) por el juego forma parte de nuestra naturaleza. Pero no sólo por el juego, sino por realizar apuestas. Y en todos los sitios donde se ha apostado, ha quedado constancia de la existencia de espacios físicos reservados para el encuentro de las partes en contienda. La apertura del Casino de Venecia (año 1638) supuso la primera ocasión en que las autoridades habilitaban un local expresamente para juegos de azar.
Otras constantes que nos han acompañado a lo largo de la historia son:
- una cierta connotación social negativa con respecto a los apostantes, mal vistos por la gente.
- un cierto recelo por parte de las autoridades con respecto a la permisividad moral exigible al fenómeno del juego en sí mismo. Y además, un mosqueo notable por quedarse al margen del lucrativo negocio que genera.
No obstante, pese a todo, a la vista está que han superado la prueba del paso del tiempo y siguen aquí, más fuertes que nunca.
Panorama que se está forjando en la era digital
La llegada de internet, un hito que supera en impacto a la imprenta de Gutenberg, ha supuesto:
- para los apostantes, la posibilidad de ejercer su afición a sus anchas desde el anonimato, sin sujetarse a horarios y sin tener la necesidad de dejarse ver en espacios físicos concretos cargados con determinadas connotaciones.
- para las autoridades,
- la posibilidad de satisfacer su afán regulatorio, autorizando o no la actividad en su ámbito jurisdiccional (existe gran diversidad: desde países que lo prohiben hasta quienes lo liberalizan pasando por quienes lo autorizan en régimen de monopolio -estatal o privado-)
- y, para las que lo autorizan, poder satisfacer además su afán recaudatorio.
Este nuevo marco de relaciones ha actuado como palanca de cambio del status quo vigente hasta hace pocos años. La preferencia de los medios on-line sobre los físicos supone oportunidad para unos empleos y amenaza para otros. Como ocurre con otros muchos sectores de actividad, lo digital se impone y lo tradicional intenta resistir como puede. Los nuevos clientes son millennials jóvenes, en su gran mayoría chicos de clase media-baja, con una clara preferencia por la innovación y el consumo on-line.
A las máquinas recreativas, los casinos y los bingos de toda la vida les toca la peor parte. El personal ocupado en estas empresas va a padecer los rigores de la era digital. Es muy complejo ponerle puertas al campo. La experiencia usuario que ofrecen los casinos on-line permite interactuar con otros usuarios anónimos. Si a esto le añadimos que la carga impositiva que soportan los locales de juego tradicional es muy superior a la que soportan las plataformas on-line queda poco que decir.
A los casinos on-line, los salones de juego de apuestas deportivas y a las plataformas on-line (Bet365, Sportium, William Hill, 888 o Bwin) les toca dominar el mercado en los próximos años y repartirse el negocio. Un negocio que es cíclico: con la última crisis se dejó un 24% por el camino, pero con la recuperación económica es de los que mejor se está recuperando. Al menos en el medio plazo, salvo sorpresas negativas que afecten al ciclo, se espera un fuerte crecimiento de dos dígitos.
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