Cuando navegamos por internet desde el trabajo, debemos disponer de un propósito consciente. No podemos ir de una página a otra como una mariposa de flor en flor. Sin las ideas claras y con el pensamiento disperso, se nos puede evaporar la concentración necesaria para el trabajo en un plis plas. Nos conviene conocer cuáles son nuestras pretensiones, qué objetivo vamos a cubrir, qué necesidad queremos satisfacer cuando damos al click y nos adentramos en el navegador.
Diferenciar entre lo personal y lo profesional puede resultar de gran ayuda. No siempre es fácil, sobre todo cuando vivimos el auge de la autonomía en la gestión que ofrece el tele-trabajo y el ocaso de la cultura presencial. Afortunadamente, ya no se considera primordial la permanencia prolongada en el puesto de trabajo, sino la consecución de resultados.
Algunas empresas limitan el acceso a determinados contenidos a través de un servidor proxy. Intentan evitar el peligro evitando la ocasión de caer en la tentación de que los empleados dediquen su tiempo de trabajo a navegar sin rumbo indefinidamente. Pero el efecto de estas medidas es limitado pues, como hemos dicho, más de la mitad de los internautas acceden a través de dispositivos móviles. Con lo cual, es como poner puertas al campo. Además, basta que se prohíba algo como para que se agrande el afán por transgredir la norma.
Por lo tanto, lo realmente efectivo es fomentar la educación digital y estimular la madurez en los comportamientos. Partiendo de esta base, la creación y divulgación de protocolos de actuación pactados en la empresa ayudará a que la tecnología suponga avances en la productividad.