Cada día, a lo largo y ancho de la jornada, cae sobre nosotros una incesante lluvia de información que debemos entender bien para gestionar correctamente. Un especialista en marketing explicaba en una conferencia que diariamente cada habitante de una gran ciudad como Barcelona recibe unos 3.000 impactos de datos, de los cuales acaba procesando entre 100 y 150 inputs de información nuevos, sobre los cuales tiene que tomar decisiones. Aún es mucha información si la tenemos que conciliar con la que ya llevaba en la cabeza.
La mente del ser humano no tiene parangón y es increíble para según qué cosas pero tiene serias limitaciones para almacenar y guardar datos. Nuestra memoria es bastante torpe y suele fallarnos más que una escopeta de feria. Y además, aquello de que somos tan buenos para pensar, imaginar, relacionar y conectar ideas… depende. En función de cuál sea el volumen y el ritmo de datos a manejar, las personas corremos el riesgo de caer en estados de confusión, desorientación y aturdimiento. Tenemos la imperiosa necesidad de:
Las posibilidades de transformación son infinitas:
Durante nuestro recorrido por la jornada laboral, aquello que teníamos previsto que ocurriese según la PDA será sólo una parte de la realidad. Lo normal será que pasen cosas ahí afuera que alteren el orden preestablecido y que, al final, lo sucedido acabe siendo algo distinto a lo que teníamos en mente. A veces, lo que acaba ocurriendo se parece a lo que teníamos previsto lo mismo que un huevo a una castaña.
Los inputs de información van a impactarnos sin avisar. Debemos tener previsión de que nos van a entrar correos, llamadas, mensajes, vamos a participar de charlas, reuniones o ponencias donde se van a decir cosas, leeremos artículos, visualizaremos vídeos, navegaremos por internet o las redes sociales, nos asaltarán pensamientos e ideas interesantes… y tenemos que permanecer alerta para procesarlo todo y convertir en tarea únicamente lo que corresponda.
Y es que, a través de distintos canales (digitales y personales), entran continuamente -cada vez más- píldoras de información de naturaleza muy variada. Impactos que nosotros invitamos a visualizar como cajitas calientes (huecas o rellenas) que caen en nuestras manos y sobre las que tenemos que tomar una decisión inmediata.
Como, en general, tenemos bien desarrollada la habilidad de encontrar excusas, pensamos que todos nuestros problemas se deben al entorno hostil que nos provoca un exceso de trabajo. Otras veces echamos la culpa de nuestra baja productividad a las distracciones por la falta de concentración. Y como vivimos en la era digital, donde lo que no faltan son estímulos, esta idea cala fácil y hondo.
El problema real es la desorientación y el aturdimiento del que somos víctimas cuando perdemos el control sobre lo que nos pasa.
Nadie nos ha enseñado cómo manejarnos en un entorno de infoxicación creciente. De modo que nos falta el criterio necesario para tomar decisiones que nos permitan regular este cada vez más intenso tráfico de información. Este es el motivo por el cual se acaban produciendo estragos en la productividad. Y, lo que es peor, en la moral de quienes queriendo trabajar a tope, se ven sobrepasados por las circunstancias.
Es fundamental conocer el circuito y saber qué preguntas hacernos en cada momento para tener la respuesta preparada. En definitiva, establecer unas normas de tráfico lógicas y someternos a ellas. Así evitamos tener que enchufar el motor de nuestra mente cada vez que acude a nosotros un nuevo input ante el que nos vemos en la necesidad de tomar una decisión.