La buena comunicación es un asunto crucial. Pero para que entre emisor y receptor del mensaje exista la sintonía correcta es necesario elegir bien el canal a utilizar. La era digital ha llegado con un montón de nuevas posibilidades fantásticas. Pero además de conocerlas, incluso de usarlas, necesitamos gestionarlas adecuadamente. No sólo para aprovechar todo el potencial que esconden. También para evitar que se conviertan en un problema de productividad, y hasta de seguridad.
Muchos de los que pensaban en el pasado que las TIC iban a mejorar su rendimiento no alcanzan a entender el retroceso que les provoca una gestión inadecuada de los canales digitales de que disponen ahora.
Ahora, con la era digital, se produce el despliegue de toda una serie de medios fabulosos. La buena noticia es que se nos abre un mundo de posibilidades inmensas para hacer despegar nuestra productividad. La mala es que si las usamos mal, siguiendo como hacemos a nuestra intuición y los consejos bienintencionados de otros usuarios, en lugar de sumar podemos retroceder. Es conveniente, pues, pensar en el uso que hacemos de la tecnología y del grado de dependencia adictiva que nos genera. Como ocurre con nuestra relación con el fuego, podemos ser su amo o su esclavo: No hay término medio.
Consideremos a los canales de comunicación como medios de transportar información de un sitio a otro: desde un emisor hasta un receptor. En gran medida, la calidad de la comunicación dependerá de que sepamos elegir el medio adecuado para cada tarea. Igual que no subiríamos a unos escolares al remolque de un camión para ser transportados al colegio, ni meteríamos sacos de cemento en una limusina, tampoco tendríamos que comunicar una urgencia por correo electrónico.
No es culpa nuestra el que nadie nos haya formado. Pero sí que existe una cierta responsabilidad propia en no habernos detenido nunca a analizar esta cuestión con detenimiento.